Fotos por Alejandro Almaraz
El muralista coahuilense Pedro García de la Torre comparte cómo el arte ha marcado su vida desde la infancia hasta los muros urbanos de Saltillo
En su estudio en la colonia República, donde las pinceladas narran más que las palabras, Pedro Javier García de la Torre recuerda sus primeras memorias ligadas al arte. Nacido en Monclova, Coahuila, el 5 de agosto de 1990, Pedro creció entre cuadernos de obrero con dibujos y caballetes improvisados en casa de su tío.
“Recuerdo que íbamos a su casa y en su sala tenía pinturas en su caballete. Paisajes… y la verdad es un gran artista”, mencionó, refiriéndose a su tío Francisco de la Torre.
La semilla estaba sembrada desde antes. Su abuelo, obrero, migrante, artista por convicción, sigue pintando a sus 94 años. “Ese cuadro lo pintó en el 2024, el 9 de agosto”, dijo Pedro, señalando una pieza vibrante colgada en su estudio.
Pero crecer en Monclova no era precisamente crecer en una ciudad donde el arte estuviera al alcance de todos. Fue hasta los 17 años, ya instalado en Saltillo, cuando el arte comenzó a hacerse un estilo de vida. Pedro recordó que fue a través de su hermano que conoció a un joven que hacía graffiti. Así llegaron los muros, las primeras piezas con aerosol y, eventualmente, la carrera de diseño gráfico.
“En los primeros semestres nos enseñaban pintura, dibujo, historia del arte, ahí fue donde me enamoré”, recordó.
Entre murales y comunidad
Lo suyo no es el graffiti tradicional. Pedro ha transitado del arte urbano al muralismo con una visión más comprometida. “Los murales no son para ti, son para la gente que va a pasar por ahí”, reflexionó. Y es en esa sensibilidad donde encuentra la diferencia entre arte personal y arte público. “Tienes un compromiso social. No puedes pintar lo que tú quieras.”
Su primer gran mural fue en Mazatlán, por invitación del DIF local. Descubrió que Mazatlán significaba “tierra de venados” y eso inspiró la obra: un venado colorido, aves en pleno vuelo y alas. “Yo interpretaba el andar en patineta como si estuvieras volando y esas alas luego las repetí en otros murales. Es un elemento que, sin darme cuenta, se volvió parte de mi estilo.”
En Saltillo ha colaborado con artistas como César Rodríguez y Alejandra Natalia Lina Blanco. Con ellos pintó el mural del puente de Rufino Tamayo, donde conviven una indígena y un español. Pero también ha llevado su obra a espacios sociales: skate parks, asociaciones que rescatan animales, restaurantes. “Me encanta ese dinamismo. Cuando me canso de una técnica, cambio. Pero lo que no cambio es que todo lo que pinto tiene que conectar”.
Pedro es parte de una familia que abraza las causas sociales. Él, desde el arte, también encuentra un camino. “El muralismo es colectivo. Siempre estás en contacto con alguien más: el que consigue el muro, el que pone los materiales, la gente que pasa y te cuenta su historia”, comentó.
Hoy, Pedro también pinta bajo encargo, porque para él, pintar es más que crear: es compartir, escuchar, transformar. “Amo el arte”, mencionó sin pausa. Y en cada trazo, esa declaración se convierte en realidad.
“El arte siempre ha estado en mi vida, aunque al principio no supiera nombrarlo así. Cuando por fin lo entendí, ya estaba completamente dentro”