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agosto 26, 2025

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Jaime Toussaint Elosúa: El ingeniero que encontró poesía en la luz

Desde la búsqueda constante por validar su mirada, hasta la ruptura de paradigmas y la construcción de una vida creativa desde la autenticidad. Así ha transcurrido la simbiosis de Jaime Toussaint Elosúa con la fotografía

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Integrante de una familia de empresarios, Jaime Toussaint Elosúa tomó por años la ruta esperada, desempeñándose como alto ejecutivo. En el inter, afloró su vocación de artista del lente, que, a sus 60 años, asume en voz alta. 

En su perfil de LinkedIn hace constar que, entre otras actividades, y no como hobby, como todavía algunos creen, es fotógrafo. Reconocerse como tal fue una lucha interna, admite, pero pudo más esa llama que surgió en la infancia y no se apagó más.

“Desde niño me encantaban las cámaras”, dice. Su padre tomaba fotos, y su tío materno Luis era el incansable cronista visual de la familia, con una millonaria colección de negativos.

Primer encuentro con Jaime Toussaint

A los ocho años, en la Navidad de 1973, Santa Claus le cumplió el sueño de regalarle su primera cámara: una Instamatic con Cubiflash. La emoción duró hasta que llegó la factura del revelado. 

“Mi mamá me dijo que yo tenía que pagarlo con mis ahorros. Y pues ahí quedó la cámara, en pausa, por razones de economía infantil”, dice.

Ese primer intento frustrado no impidió que algo quedara sembrado. A lo largo de los años, la fotografía siguió rondando la vida de Jaime Toussaint, incluso cuando eligió caminos aparentemente ajenos al arte. 

En una familia numerosa, donde cada hermano parecía ya tener un rol definido, él —séptimo en la fila— se convirtió en el que resolvía problemas técnicos en casa. Esa habilidad lo llevó a estudiar Ingeniería Mecánica Administrativa, en el Tecnológico de Monterrey. 

A mediados de los años 80, durante un verano en Michigan, cuando aún era estudiante, trabajó en un laboratorio de metalurgia; ahí se dio cuenta que no quería ser ingeniero. Al mismo tiempo, con su sueldo en dólares se compró una cámara fotográfica y suficientes rollos, que más tarde revelaría en la Isla del Padre, durante un viaje familiar. 

Una de sus imágenes, recuerda, llamó la atención del encargado del laboratorio, quien le ofreció un contrato por los derechos del negativo. Esa validación externa fue un parteaguas: por primera vez, alguien reconocía su mirada.

Otra vez la fotografía

Tras graduarse, Jaime cursó una maestría en el IPADE, trabajó como directivo en ventas y luego en marketing, en Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma,  donde sintió que había encontrado su lugar. 

Ya en la década de los 90, a cargo de activos deportivos y marcas como Carta Blanca, se rodeó de publicistas, fotógrafos y directores de cine. En una sesión en Los Ángeles, una foto mostrada por un colorista —tomada en Islandia— le estremeció por su poesía visual. “Dije: yo quiero hacer eso”, comenta.

A partir de entonces, se volcó en esta disciplina. Buscó maestros en artistas que lo rodeaban: escultores como Mauricio Cortés y Gerardo Azcúnaga; fotógrafos como Juan Rodrigo Llaguno y Roberto Ortiz; y críticos como Xavier Moyssén.

Dos figuras marcaron especialmente su formación: la legendaria documentalista Mary Ellen Mark y el fotógrafo minimalista Todd Hido. Con Mark, trabajó en Oaxaca y otras ciudades, aprendiendo a ver el contenido emocional y humano detrás de cada imagen. De ella tomó disciplina y profundidad. Con Hido, al que conoció en Berlín, se identificó con una estética introspectiva y sobria. 

“Me di cuenta de que ese lenguaje era más mío, que me expresaba mejor desde ahí”, dice.

El resultado fue una serie de proyectos profundamente personales. Uno de ellos, llamado “Intangible”, se desarrolló en once ciudades de seis países, desde Nueva York hasta Valparaíso, hace poco más de una década. 

Consistía en retratar a personas con su objeto más valioso, ese que salvarían si su casa se incendiara. No solo fue tomar fotos, fue encontrarse consigo mismo, reconoce. Aunque la maqueta del libro no se ha publicado, para Jaime significó un acto de afirmación. 

“Fue mi forma de decir: puedo hacerlo”, asegura.

Otro proyecto que lo conecta con su faceta de narrador es la intervención de objetos, que ha trabajado recientemente. Jaime restaura radios antiguos, latas, cajas y pastillero. Los limpia, los encera con técnica encaústica y los transforma en obras visuales, acompañadas por dípticos fotográficos. 

“Cada objeto es una historia. Hay uno, un martillo antiguo, que me habla del oficio, del tiempo, del alma. Me encanta eso”, señala.

LA EMOCIÓN QUE PERMANECE

Define su estilo como un realismo poético. No busca la belleza inmediata, sino la emoción que permanece. Le conmueven la soledad, la vejez, la pérdida, la huella del tiempo. Siente fascinación por lo viejo, lo desgastado, lo imperfecto. 

La nostalgia juega un papel fundamental en su mirada, así como la poesía y la música, que considera su mayor inspiración. Le encanta, de manera particular, Luis García Montero, Pablo Neruda, Alejandra Pizarnik y Joaquín Sabina, entre otros más. 

A lo largo del tiempo, ha depurado su enfoque, al punto que hoy busca la simplicidad. 

“Menos es más. Trabajo con luz, sombra, contraste. Ya no me interesa repetir lo que otros ya hicieron. Me interesa conectar. Hacer pocas fotos, pero profundas”, comenta. 

Su vida personal y profesional se entrelazan con su quehacer: su esposa, Lily Von Bertrab, es pintora. Se casaron hace 35 años, pero “llevan 42 años de novios”.

“Ha sido la compañera perfecta: sin ella, yo no estaría haciendo lo que hago”, reconoce. 

Desde su estudio en el centro de San Pedro, Jaime crea, edita, enseña, asesora. Y es que también es coach ontológico y editor de libros con curaduría fotográfica. 

El proceso creativo, explica, suele partir de una emoción. A veces lee poesía; otras, simplemente sale con la cámara y deja que algo lo conmueva. El cine, la música, la palabra escrita: todo alimenta su trabajo. 

“Lo que me sigue sorprendiendo es el wow de una buena imagen. Cuando la cámara hace lo que soñabas. Es como abrir un regalo de Navidad”, explica.

La fotografía, dice, es parte de su ser. En los años en que trabajaba como ejecutivo, fue su refugio. Hoy, es su manera de estar en el mundo. 

“Me costó mucho validarme como fotógrafo. La mayor barrera fui yo mismo. Pero ahora sé que esta es mi voz”, concluye.

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