Diego Guzmán no recuerda su vida sin deporte. De niño, el jardín de casa se convertía lo mismo en campo de futbol que en pista de gimnasia o zona de acampada.
Eso que empezó como juego se ha transformado hoy, a sus 36 años, en una forma de vida: una brújula personal, profesional y emocional.
“El deporte me ha ayudado a disciplinarme, a conocerme y a tomar mejores decisiones. Es mi pilar”, dice el cofundador de Tētecoloh Café.
Con 13 años de rugby, varios ultramaratones en la montaña y competencias de Hyrox en su historial, Diego ha aprendido a moverse no solo con los pies, sino con la mente: entre la euforia de la meta y el silencio de las rutas solitarias, ha desarrollado una filosofía clara sobre el esfuerzo, la resiliencia y los límites.
Apenas el año pasado, Diego se retiró del rugby, disciplina que empezó a practicar durante una estancia estudiantil en Budapest, Hungría. De vuelta a la Universidad de Monterrey, donde cursaba la carrera de Finanzas Internacionales, coincidentemente se abrió el primer equipo representativo de rugby y decidió unirse.
En su mejor momento, formó parte de la selección estatal y fue convocado a dos concentraciones de la Selección Mexicana.
“Nunca debuté y se me quedó esa espinita muy clavada”, confiesa. Sin embargo, asegura que compartir el campo con jugadores de altísimo nivel fue “una experiencia increíble”.
“Me costó mucho retirarme, traté de dejarlo como cuatro o cinco veces. Siempre decía ‘este es mi último año’, pero luego sentía que estaba en mi peak y no quería soltarlo”, cuenta.
El fin de esa etapa llegó no solo por el desgaste físico (“ya los golpes se sienten peor y te tardas más en recuperarte”, dice), sino también por nuevas prioridades.
“Viajar cada fin de semana me quitaba mucho tiempo de trabajo. Era hora de tomar decisiones”, comenta Diego, quien también es artista plástico.
La montaña como escuela
Tras dejar el rugby, Diego encontró una nueva pasión: el trail running y los ultramaratones de montaña. “Siempre me gustó el outdoors. De niño explorábamos la montaña detrás de casa de mis abuelos. Me encantaba buscar animales”, recuerda con nostalgia.
La decisión de adentrarse en las montañas fue gradual, pero definitiva. “Cuando me enteré de lo que eran los ultramaratones, me enamoré”, dice. Su primer intento fue en 2018: un ultramaratón de 50 km en Coahuila, sin haber corrido antes más de 20 km.
“Me fue muy mal. Tuve mal de altura a los 9 km y me quería salir. Pero fui diciéndome ‘una estación más’ hasta que llegué. Terminé acompañado de un señor que también iba sufriendo. Nos ayudamos a llegar juntos”, comparte.
Esa experiencia de superación dejó huella. “Fue súper llenador no rendirme. Dije, quiero volver a sentir esto, pero entrenando de verdad”, añade.
Desde entonces, ha completado distancias de 83 y 100 km y, aunque intentó una de 163, se quedó en el kilómetro 95. “Me di cuenta de que ya no lo estaba disfrutando. Hay que saber hasta dónde exigirle al cuerpo. Ahora volveré a hacer 50 km en mi cumpleaños”.
En estos retos, encontró un espacio de introspección. “Es como una meditación obligada. En el 100K estuve 16 horas solo. Te empiezas a hablar a ti mismo. Te cuestionas todo: por qué estás ahí, si vas por el camino correcto en la vida. Aluciné en el kilómetro 85, pero sabía que era mi cuerpo diciéndome ‘necesitas carbohidratos’”, dice.
La mente es su principal aliada —o enemiga— en estos recorridos. “En mi primer 50K mi cabeza me jugó en contra. Me decía ‘¿qué haces aquí?’ Pero aprendí a poner pausa, respirar, y echarme porras a mí mismo. La mente puede traccionar o sabotear. Hay que trabajarla, igual que el cuerpo”, comparte.
Resiliencia y límites
Hoy Diego también practica Hyrox, una disciplina híbrida entre resistencia, fuerza y velocidad, que ha ganado popularidad global. “Empezamos con el primero en Ciudad de México, en 2023. Mi hermana me habló desde España y me dijo, ‘te va a encantar’. Iba a competir en Miami, pero justo lo anunciaron en México”, señala.
Parte del éxito del formato, explica, es su diseño de evento. “Tu porra te puede seguir todo el tiempo. Es súper visual y eso genera mucho contenido en redes. Además, no hay límite de tiempo ni ejercicios riesgosos como en el crossfit. Es para todos”, dice.
Sin embargo, Diego advierte del riesgo de sobreexigencia. “He visto gente que entrena tres veces al día para ganar. Se vuelve una exigencia autoimpuesta para mostrar que entrenan mucho, pero sacrifican otras áreas de su vida. Hay una línea delgada entre el compromiso y la obsesión”.
Él ha aprendido a equilibrar.
“Me he equivocado varias veces. He tenido burnouts, he visto cómo mi rendimiento en el trabajo bajaba. Eso me hizo darme cuenta que tenía que reordenar prioridades. Hice mi listita. Hablé con mi novia y alineamos nuestros planes. Y estoy con una psicóloga, lo cual me ha ayudado muchísimo”, asegura.
Como empresario —trabaja en una family office— afirma que las competencias le han enseñado a tomar decisiones con cabeza fría. “En la pandemia, cuando todo era incertidumbre, aplicaba lo mismo que en carrera: pausa, respira, analiza la situación y decide. ¿Este dolor es fatiga o lesión? ¿Sigo o paro? Esa resiliencia viene totalmente de las carreras”, comenta.
Empezar de nuevo
Actualmente entrena seis días a la semana. “Si hay pendientes de trabajo o estudios, eso va primero. Si hay espacio, entreno en la mañana, si no, en la tarde. Pero sí o sí, entreno”, dice.
En su estilo de vida también es clave la alimentación. “Antes le tenía miedo a los carbohidratos. Ahora como bastantes. La comida saludable es más importante que el ejercicio. No tiene sentido matarte en el gimnasio y comer basura después”, advierte.
En lo físico, lo mental y lo emocional, Diego ha encontrado en el deporte su mejor herramienta de crecimiento. Lo resume en una frase que le marcó: “micropartidos”.
“Si te equivocas, ese ya se acabó. Borra y empieza otro. Eso me lo enseñó mi coach de rugby y se me quedó para siempre”, concluye.